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martes, 21 de septiembre de 2010

Amor eterno.


Una vez un muchacho que había hecho una gran fortuna en América, de regreso a su pueblo, al acercarse a la casona de sus antepasados, vio en el balcón a una moza muy guapa. El joven entró, creyendo que encontraría a la muchacha pero ningún criado supo darle explicación de quien era. Contrariado, por haber perdido la oportunidad de conocer a aquella bella moza, se encerró en su cuarto. Quedo dormido, y en sueños, le pareció ver a los pies de la cama a la muchacha, sonriendo.

Al atardecer, abrió la ventana de su habitación y vio a la joven en la huerta. El apuesto muchacho se acercó, ella, pálida como la luna, se mostró distante pero el joven le dijo, no eres para mí, sino una imagen, y sin embargo, tus labios me animan aunque tus ojos se muestren lejanos.


Cautelosa, la joven contestó, hace mucho un pretendiente se llevó mi amor y mi alma, desde entonces la pena y el dolor son mis únicos compañeros, veo los rayos de sol al atardecer y el rocío al alba pero mi corazón es un lugar vacío.

El joven se mostró contrariado. Y ella prosiguió, solo el agua que mana en la cueva del ojancazo puede despertar mi alma del olvido. Quién de verdad me ame, habrá de ser valiente y atravesar la gruta para darme de beber en sus manos.

Conmovido por los delicados rasgos de la doncella y animado por una creciente pasión, el joven, olvidó su fortuna y hacienda, y se dispuso a acompañar a la muchacha. Recordaba historias de sus abuelos hablando del ojancazo que habitaba bajo la gran peña en una gruta profunda cubierta de yerbas y escajos. El ojancazo había desaparecido pero el recuerdo de sus atrocidades permanecía en el lugar. El joven se introdujo en la cueva y anduvo en silencio junto a la muchacha una galería tras otra, unas veces la cueva estaba húmeda otras hacía frío, observaba la hermosura de la misteriosa moza y sentía sus brazos rodeándole, se encontraba exhausto y el miedo se iba apoderando de él, pero cuando se iba a dar por vencido en lo más profundo de la cueva diviso un pozo, avanzó el joven con paso incierto, recogió agua en el cuenco de su mano y lo puso en los labios de la muchacha, la joven sonrió, mientras fuera anochecía.

Cogidos de la mano como dos enamorados se encaminaron hacia la salida de la cueva, a medida que avanzaban, la doncella se iba desvaneciendo. Cuando la joven era apenas un velo de luz, se volvió hacia el indiano y le dijo, ¿No me reconoces?… Soy el alma atormentada de la mujer que se arrojó a ese pozo cuando la abandonaste después de darla palabra de amor eterno. Al desvanecerse el ánima, el eco de la gruta repitió, tu destino será vagar eternamente con tu conciencia por esta cueva, con gran estruendo, la peña cayó, dejando al hombre encerrado para siempre.

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