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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Esa vejez que coquetea con cerbero


Me miró a los ojos

como si los ojos fueran el espejo de mi alma,

y, no lo eran,

no,

no lo eran.



Porque el alma tenía la edad de las discreciones

de las invalidadas voces caducadas

y estaba salpicada de memorias.



Memorias que vengaban los gemidos

de un verano que nunca transcurrió en Paris.



Los ojos, irradiaban el deseo,

y exaltados desnudaban lo que aún,

no se había perdido.



No comprendió entonces

ni comprendería nunca mi vejez;

esa vejez que coquetea con cerbero

al punto de entrar en el infierno.



Hueca la voz y derrotado el aliento

le dije que la lluvia, no se puede guardar entre las manos.

Me miró a los ojos

queriendo ver en ellos, mi alma

pero mi alma,

nunca estuvo allí.

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