Antes, con la magia de la noche
yo acariciaba la negrura de tu pelo
y en su abundancia mis besos escondía.
En aquella inmensidad,
entre el cielo y la tierra,
nuestra presencia apenas era nada,
sin embargo, todo parecía caber
entre la pequeñez de nuestras manos.
De pronto todo empezó a cambiar;
aquella magnitud envolvente se iba;
la luz que comenzaba a llegar
entre acuarelas pintaba otro día,
y, poco a poco, el firmamento
del negro en gris se desteñía.
Por fin,
entre destellos dorados el amanecer se venía;
al alba, el cielo era ya azul
y el silencio... el silencio se rompía;
mas... yo no estaba en el momento
ni conmigo tu presencia tan querida;
todo se quedaba en un sueño,
para soñarlo... para imaginarlo algún día.
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