jueves, 2 de septiembre de 2010
Fue una sentencia absurda,
rotunda y contundente:
Dijeron que las hadas
no eran como gente.
Que no podía verlas,
hablarles o tocarlas.
Que sólo eran de cuentos
y no debía aguardarlas.
Que por más que buscara
en rosas y jazmines,
las hadas no vivían
ocultas en jardines.
Y que mi idea vana
de las pequeñas cosas
no hacía que las hadas
se vuelvan mariposas.
Pero no he de creer
lo que me están diciendo:
Si no existen las hadas:
¿Por qué estoy escribiendo?
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