El Escondite del Hada (Cuento)

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Sintió la presencia de seres humanos en su reducto alejado del mundo. Sus amigos los animales, únicos compañeros durante varios años, les anunció la presencia de personas extrañas que habían descubierto este mundo maravilloso. Sigiloso se aproximó a la zona del árbol donde se situada el hada. Escondido detrás de unos matojos, vio como la pequeña hada entró dentro de la oquedad del viejo árbol y en pocos segundos salió de él una preciosa mujer de largos cabellos negros y ojos tan azules como el mar donde se forjó el dios Neptuno.
El corazón le dio un vuelco y pensó que nunca había visto una mujer tan hermosa. Realmente solo había conocido a Isabel, siempre condenado a bajar en soledad, pensó que esa mujer era el ser más maravilloso y que había venido a su casa para hacerle feliz.
El miedo, le hizo dudar de si debía decirle algo, temía que fuera una cazadora de recompensar que finalmente le había encontrado. Sus recuerdos estaban llenos de miedo y odio, me temo que eso no se puede evitar.
Muchos minutos pasaron antes que se atreviera a decirle nada. Ella se había convertido en una dama humana, impresionante, sus curvas voluptuosas se dejaban entrever entre la minúscula ropa de las hadas, en sus manos una cimitarra se blandía dominante mostrando el poder que emanaba de su mirada. En la otra mano sostenía la piedra mágica que hace años Nereo robó por venganza.
Sus palabras sonaron temerosas aunque firmes: “Porque robas la piedra que da energía a este árbol milenario?” Ella en un primer momento desconcertada y luego decidida dijo: “no robo esta roca, sino que la tomo prestada mi pueblo ha sido secuestrado bajo el poder de un rey tirano y exige la devolución de este objeto”.
Las palabras sonaron como un eco en su interior, miró en los ojos de la muchacha y vio tan solo que sinceridad. Ella le pidió que le contara su historia, porqué estaba allí. La muchacha encontró en él algo que le desconcertaba, una mirada gris que jamás había encontrado en los mundos que había vivido.
Raudo el chico la cogió de la mano y la llevó a un sitio muy especial, en lo alto de una catarata, que después de un salto vertical de más de 40 metros, se sentaron a ver como el agua seguía su curso y en un salto vertiginoso chocaba contra un gran lago donde plácidamente volvía a tranquilizarse. Allí mirándola a los ojos y dulcemente le contó su vida, le contó como había llegado hasta ese preciso momento.
Comprendió enseguida porque esa mirada no era igual a las demás y jamás lo sería. Ella se levantó y en silencio le abrazó. Pegó su cabeza contra su pecho, y le dijo no te preocupes mi niño ya estoy aquí.
Durante varias semanas, vivieron juntos Nereo le mostró todo el paraíso y una tarde sentados a los pies de su árbol, le pidió que vivieran juntos que nunca se fuera de su lado. En ese preciso instante se detuvo el tiempo, la miró con el deseo que un hombre ama a una mujer. Se acercó lentamente y besó sus labios, entre ellos apareció una estela de luces que iluminó el atardecer que contemplaba a los dos amantes. Un escalofrío recorrió el cuerpo de ambos, y en ese momento descubrieron que algo maravilloso acababa de nacer entre ellos.

Nunca nadie te besará como yo.
Nunca nadie sentirá ese calor que provoca el roce de tu piel.
Jamás nadie se ruborizará bajo tu mirada
Solo yo te amaré así.

El tiempo se detuvo durante 1 año, solo ellos dos y un paraíso donde poder vivir la vida deseada. Hasta que el destino le regaló una nueva carta en su juego de azar.

Autor Desconocido.